Hoy desterró tu llanto de su alcoba
y de su tímpano tu voz doliente;
hoy no intuyó tan confundida mente
que el envase del alma no se roba.

Creyó tu sangre virgen, hiel de loba;
oyó tu labio quieto, impertinente…
para blandir su hierro omnipotente,
para invocar la cruz y la caoba.

¡Qué absurdo el crisantemo que te vela,
qué infecundo el amor, turbio, lejano!
¡Qué níveo tu semblante de canela!

¡Cuán lozana la vianda del gusano!...
y que indecente el verso que a la esquela
osó esculpir la escoria de su mano.



Por tanta mujer a la que silenció la mano que debió acariciarla.