Baja el viento hasta el prado el velo de la cumbre
y en el prado convida sus aguas a la fronda;
lega la fronda el verde al hambre de la lumbre
y la lumbre su aliento al viento que la ronda.


Y el aire va y le turba al mar su mansedumbre
rizándole a su espejo una promiscua onda;
ola que torna al puerto en terca servidumbre
preñada de la luna su nacarada blonda.

Todo imprime en su viaje, un estigma, una huella
como el morir, perpetua, o fugaz cual centella;
un signo de presencia bajo el dosel celeste.

Pero mi amor que late sin que se manifieste
no pregona su intriga, ni deja estela alguna
en viento, fronda o agua, en lumbre, mar o luna.